jueves, 31 de mayo de 2012

"Ella no te quiere. Ni te querrá. Sería lo más fácil..."

"Yo no te quiero. Sé que es lo más difícil de escuchar, y por eso va lo primero. 
Entiendo lo que tú sientes, pero yo no puedo darte lo mismo que iba a recibir de ti. Valoro mucho lo que has hecho, y lo que aún haces por mí, de verdad. Banalizar los peores momentos de tu vida y continuar riendo conmigo, y haciéndome reír.

Eres de lo más importante que he encontrado en mi vida, pero las cosas solo son de una determinada manera. Yo he tratado de olvidarte, pero no he sido capaz. No he podido decidir nunca qué es lo que se queda en mi corazón, y quién se lleva un pedacito de él.

Soy feliz, y estoy feliz contigo. Y me gusta que te sigas preocupando todavía por mí. Pero no me merezco tanto bien de tu parte.
Soy feliz, y en parte lo seré por y para ti. 
Sé que, pese a todo, lo único que quieres es verme bien, y comprobar de cuando en cuando que sigo siendo la misma chica nerviosa que se queja porque solo quiere tener el pelo más largo.

Yo no puedo pedirte nada, sería una desvergonzada por mi parte, ya lo sé. Pero me gustaría que hicieras por mí una última cosa. 
Solo te pido que llores (si tienes que hacerlo), y que luego, después de eso, te rías. Y te acuerdes de mí. 
Porque tanto como ahora me quieres, te llegarán a querer cuando no me sueñes.

Eres un amor, ya lo sabes, y el amor está en todas partes. Yo solo estoy aquí ocupando mi pequeño espacio, dentro de este cuerpo tan diminuto en el que tú veías cosas tan grandes. Pero no puedo abarcar todo lo que tú eres...

Y aunque antes te haya dicho que no, quiero que sepas que te mentía. 
Sí, te quiero... pero no estoy enamorada de ti...




Lo siento.




PD: Una vez me dijiste que en un abrazo era donde dos corazones se encontraban más cerca el uno del otro. Y tengo que decirte que siempre me gustó abrazarte...
Encuéntrame en cada uno de ellos, ¿vale?



Hasta pronto Santi...
Un beso."






Entonces, iguazú sobre mis ojos, doblé el folio en blanco, y lo introduje de nuevo en el sobre.
Sin remite, sin matasellos, la carta quedó cerrada encima de la mesa. 
Y me fui tan rápido como pude, tan lejos que no pude ni mover siquiera un músculo de mi cuerpo.


La carta que soñé, y que nunca me entregaron.
La carta que no llegó, porque nunca me la enviaron.

jueves, 3 de mayo de 2012

Laura se ha marchado para no volver

Cuando el corazón dicta, y la mano va y viene. Y la vida viene y se va. Y se va... se va... va...
Y cómo un loco grita, y sin embargo, solo el corazón le oye. Y le asiente.
Y solo llorando le puede responder, con lágrimas de sangre, que sí, que eso es querer. Y amar. Y nada más.
Porque eso lo es todo. Y todo se encuentra dentro de él.


Martes 1 de Mayo de 2012, 12:13 PM

"LAURA SE HA MARCHADO PARA NO VOLVER


Y la verdad es que eso ya no me interesa. No me importa lo más mínimo.
Yo me llamo Marco y tampoco aparecí. Inglés y matemáticas no eran cosa mía. Pero ahora tú te has ido y sí vas a volver.
O al menos eso es lo que me has prometido.

Una vez alguna otra tambien tuvo que partir, y yo aquí me quedé, amigo del silencio. La vuelta entonces no fue más que un beso en la mejilla y una persona nueva detrás de esos ojos. Yo en aquel momento no pude actuar, y mi reacción fue la de un niño arrancado. Entonces no sabía lo que era querer. La angustia de sitiar tu mundo en cápsulas. Yo no he podido ni quiero recordar. Fue el golpe más certero que me dio el amor. Aquel era el primero, y yo no sabía que ese niño con alas era destructor.

Caí como se cae cuando estás muy arriba. Tocando casi el cielo, ya palpándolo. Oliendo aquí en tus labios fruto del amor. Leyendo un te quiero en cada esquina del papel. Soñaba que aquella amalgama de nada se cobraría vida construyéndola. Definiendo cielo, mar, estrellas con ella. Pero ella no era un ángel y lo destruyó. Porque ella no era vida y me destruyó.

Ahora tú no estás y me doy cuenta. Veo que lo que has hecho tú ahora es superior. Rodeado de maletas y entre lágrimas. La gente que se busca mira a todos sitios, con su sonrisa puesta, nunca se caerán.

Ahora te has marchado y yo te echo de menos. Las otras se marcharon tras de muchos años. Años de un eclipse donde estabas tú.
Yo hoy no tengo fuerzas de mirar arriba. Te tengo muy presente, en donde estarás.
Yo solo quiero verte y decir “te quiero”. Ahora que he descubierto toda la verdad.

Te veo y sueño, y hablo, quiero estar contigo. Contigo hasta el final de mi felicidad. No sé si puede haber alguna otra forma.
Te quiero echar de menos solo desde arriba, cuando de allí no pueda irme marcha atrás.
Te quiero, te he querido mucho, creo que siempre. Y nunca he sabido de tu identidad. Me dan ganas de morir aferrado a tu nombre.
Te quiero mucho más de lo que puedo decir.

No sé dónde te encuentras, ni con quién estás. Pero sabes que estoy y que siempre estaré.
Te quiero hacer la vida una obra de arte. Yo no soy un artista sin inspiración.
No tengo ganas de morir ahora ni nunca, pero me estoy muriendo ahora que no estás.

Cuando ellas se marcharon no me dio igual. Dolido yo lloré como hacen otros muchos.
Contigo todo ha sido cosa diferente. Contigo perder no entra dentro del guión. No sé qué me ha pasado pero es así.
Te quiero más que quise nunca en límites. Quizá no has hecho nada y no sea cosa mía. Pero enamorarme de ti fue así.

Lo siento si te duele, no quiero que lo haga. Pero me duele ser y ver que tú no estás. Lo digo porque quiero ser lo que no soy. Y porque Laura Pausini se ha marchado pero tú vas a volver.

Marco ya lo sabe y le toca esperar. Totó que era su amigo se ha marchado a Roma. El cine que hizo fuego ahora son cenizas que vuelven a quemar con más intensidad.

Al verte estaré con brazos bien abiertos. Queriendo ver sonrisas en la terminal. Deseando que comience una nueva vida, aunque de eso no tengo ninguna señal.

Te quiero más que quiero en el inconsciente. No se desgastan las palabras, se arrugan los labios. No tengo ni una duda que quiero estar bien. Y solo desde esta distancia tan difícil he podido comprobar que esto es amor."

sábado, 14 de abril de 2012

11 de abril del 90

Otra vez esa extraña sensación. Laura Pausini en el ambiente. Siempre ella. La mierda de comida, cocinada por manos inexpertas, recorriendo mi esófago en rompan filas. Yéndose diractamente a la mierda. Hoy me caen mal esas manos. Insípidas.

No sé adónde miro. Hacia adentro, creo. No sé si veo algo. Da igual. Me mancho las manos de forma invisible de sangre inocua. Pero la huelo. Huele a sangre. Huele a sangre en el restaurante. Huele a sangre en el centro comercial. Huele a sangre en el centro del universo. De mi universo.

Hoy no me he levantado dando un salto mortal. Y el par de huevos que echaron en la sartén quedaron con la yema cocida. 
Impotente, me he quedado con el trozo de pan, seco, en la mano, cuando he querido mojar en ellos. Él nunca falla. Bendito pan.

Hoy la paleta es gris. Los colores se tiñen de gris. Gris magenta, gris marengo, gris anaranjado. Negrooscurocasigris. 
Siempre mola trabajar en escala de grises. Como aseguran los profesionales de la imagen, el blanco y negro en las fotos dota de “cruda realidad” a las imágenes. Hoy todas las fotografías llevan ese filtro.

No me gusta vivir de prestado. No permanecer. No tener huellas. Y sin embargo, vivo de alquiler renegando del origen de mi casa, y de mi domicilio actual, de prestado, que también llamé “mi casa”. Pero eso hago. Soy un tipo de prestado. Asín semos, asín semos
Como un grafitti que sueña con ser un Bansky, pero que cualquier alcalde hijo de puta limpiará a manos de un señor cualquiera con traje de luces reflectantes.

Hoy tengo sueño. Casi tanto como sueños tengo. Y a mi alrededor hay trenes, trenes que vienen y van. Pero da igual. Mi situación es de prestado. No importa. Pero miento, sí me importa. Pero ¿qué hacer?. Siempre he “creído” mucho más de lo que he “sabido" en realidad. Hoy creía que sabía, pero no ha sido así. Tampoco era cierto aquello que creía que sí lo era.

Apoyado en la puerta del metro siento de repente el abismo a mi espalda, y voy cayendo hacia atrás, sin quererlo. Sin darme cuenta. Sin que nadie me tienda su brazo. La puerta sobre la que me recuesto se ha abierto, y estoy a punto de caerme al suelo. Nadie entra ni sale del vagón. Al menos no por mi puerta. Nadie pulsó botón alguno. Pero da igual.
Hoy los besos me siguen doliendo. Y ya se sabe, las imprudencias se pagan, cada vez más. Y yo no debo ser muy prudente. Otra vez.

Otra vez estoy a punto de besar el suelo con la nuca. ¡Puta puerta!. Y esta mierda de Blackberry escribe de tal manera que parece que has puesto los cojones sobre el teclado para ver qué es lo que sale.

Hoy estas manos me caen mal. Y aquí en el metro huele a sangre. Pero no se ve. 

Sentarme en el metro ha sido el último regalo del día. Y son las 4 de la tarde. Quiero hacer regalos, pero no puedo.
Soy atento, y esa chica me mira. ¿Y qué?. “Deja de mirarme, furcia cabrona. Follar es el regalo menos sexual que podría hacerte, calentorra”. La guapa morena me mira, sonríe y sale del metro. Sin escuchar ninguna palabra de mi discurso macarra. Feliz. Como si nada hubiera pasado. Fuera del plano. Hoy sus ojos me caen mal. Y me doy cuenta de que estoy al 25% de alegría. Quizá. Más menos. Y de batería estoy aún peor. Aún así, reconozco que dispararme en el pie sería una gran idea para salpicar lo menos posible.

Hoy creía en muchas cosas, aunque no las sabía. Creo que intuir nunca ha sido lo mío.
Pero hoy olía a sangre, seguro.

Hoy he vuelto a temblar como hacía tiempo que no lo sentía. Aquel duro invierno de 12 meses. Pero hoy me han salido las palabras. Quizá porque el pilotito rojo de la cámara situada enfrente de mí estaba encendido. Y yo tengo que ser bueno. 
Por algo soy el guionista: porque yo soy el guión.
Y conmigo hago lo que quiero. Pero tengo miedo.

Siempre me ha gustado escribir a cuatro manos, y ahora me salía muy bien. Mejor que nunca. Pero no iba a pelearme por una Verdana o por una Times. Mi cuerpo es de 5 pelao. Cursi, sub, rayado. Un palabro que se sale del sitio y no se ve porque tiene un tamaño que no entra en su caja de texto.

Hoy me he hecho viejo sin quererlo. Y viudos como yo ya no quedan. Estoy... no sé. Esperando fríamente a que llegue el día, ese día, y ésta me lleve. A alguna parte. No sé, me da igual. Morir no debe ser tan malo, sobre todo si eres tú mismo el instigador de tu propio asesinato ficticio. Tendrá atenuante, digo yo. Pero no, no es ese mi plan.

Hoy olía a sangre. Y desde entonces solo he sabido que la Coca Cola no era compañía. No es para brindar. 
Y el dinero son las cicatrices del alma.

Hoy nada me caía mal en realidad. Y sinceramente, no lo hace. Pero hoy creía saber demasiado, y me he dado cuenta de que no sé nada. Quiero hacerlo, pero no soy capaz. No me resulta. Soy merecedor de algo que ni yo reconozco. Soy ganador de prestado. Y lo que quiero en realidad es subir a lo más alto del podium, una vez, y que suene mi himno. Y llevarme la mano al pecho, emocionado, al corazón, y que éste lata más fuerte que los mil decibelios de los gritos de agrado de los que aplaudieron. Y cerrar los ojos, mirar abajo, y ver a los que me han levantado. Y que la vida, en verdad, sea un espejo. Me gustaría firmar un contrato por eso. Y tener el poder de ver ese momento.

Hoy los besos de los figurantes de la estación más grande del mundo pesaban como actores principales, desde su pequeñez.
Eran los Oscar a la mejor interpretación masculina, femenina, y de reparto, de ambos. El mejor guión original. 
Yo era el Oscar al mejor guión adaptado.
Dolían...
Como duele follar con las luces completamente apagadas.

Pero hoy olía a sangre. Y follar me caía mal.

Hoy me he descrito trazando mis líneas maestras. Mostrando cuál es mi verdadero contorno de tiza. El que yo quiero que dibujen en el asfalto esas manos de policía forense con gusto por los prerafaelistas. El reborde de una pieza de puzzle que encaja todo lo que seas capaz de apretar para que entre en ese lugar, aunque sepas que ese sitio no le corresponde. Soy el que cuando le pisan, no grita, pero canta flamenco hacia adentro aunque no le oigas. El que, pese a todo, pese a todos, permanece en su sitio.

Hoy no he visto la sangre, pero la he olido.
Nada más me basta. Ya sé que está ahí. Pero a veces me gusta algo más.

Quiero irme y no puedo. Desaparecer. Desaparecer y aparecer en otro sitio, yo qué sé... como en un sueño. 
No saber de dónde he llegado, ni por qué. Pero no me dejan.

Hoy tenía hambre porque tenía sueño. Melancolía de la cama. El lugar en el que a veces gano, y dos chicas a mi lado me besan mientras me colocan el maillot amarillo. Donde nací y donde nazco todos los días. 
El lugar del que quiero huír necesariamente.

A veces no la veo, pero es inevitable olerla.
A veces es la alegría la que da más miedo.
A veces “querer” no te permite “poder”.
Y es cuando te acuerdas de esto, cuando la hemorragia se abre camino.

“¡No más sangre!”, podría llegar a pedir, pero no puede ser de otra manera. 
Lo siento por todo, por todos, pero cuando creo que me voy a poner a sangrar solo se me ocurren epitafios.

Ahora, desde casa, agazapado, me vuelvo a reiniciar.
El mundo sigue, el tiempo continúa, y la vida, desgraciadamente, no es un autobús del que te puedas bajar para ir un rato caminando. 
Y yo tengo miedo a sangrar y no llevar pañuelo.
Y a seguir haciendo autostop.



sábado, 24 de marzo de 2012

IKER IN LOVE

(EXTRATERRESTRE, Nacho Vigalondo, 2012)

Imagínese que un día, o mejor, una noche, con cierta melancolía y fuera de plan alguno de cualquier tipo, se coloca sobre su butacón, o se recuesta sobre su cama, y enciende la radio, omnipresente en las ondas hertzianas. Póngase en que lo que escucha es la voz de un comunicador nacido para lo suyo y amante de la esencia de la radiodifusión, Íker Jiménez. Espera usted un discurso seguro, veraz, lleno de misterios. Sin embargo se sorprende al escuchar sollozando la voz del vasco. El conductor de la nave del misterio se ha pimplado botella y media de vodka negro y tararea entre lagrimones canciones de desamor del cantante mexicano Luis Miguel.
¿No pensarían ustedes: “¡Ay Carmen (Porter)!. ¿Qué os ha pasado?. ¿Qué habéis hecho?. Parecíais tan felices...”

Pues fíjese que por aquellos mismos avatares del destino por los que le llevan a uno a encontrarse de golpe con un avistamiento ovni, con un paseo del Big Foot, o con el mismísimo chupacabras en persona, me encontré yo, como un tróspido cualquiera, en la Gran Vía de Madrid con todos ellos a la vez. Embriagado en el preestreno de “Extraterrestre” y con la adrenalina que supuraba en aquel momento. Notaba hasta mariposas dentro de mi barriga.

Sabía aún así que aquello era algo terrenal, y sabía que era él, Vigalondo, pero mi sensación era de que todo lo que allí había era especial. Como si mirases una de las caras de Bélmez y reconocieras que hay “algo” ahí, detrás de ella. Y lo cierto es que fue algo así. 
La verdad estaba ahí dentro, en la sala, en aquella pantalla, en esas imágenes. No era una teleplastia cualquiera, era una película.
Y puedo decir que fue una de las experiencias más gratificantes que he vivido nunca en una sala de cine.

Primero porque era la primera vez que veía una película sentado en las escaleras del cine (a veces tumbado, otras de cuclillas, o cuando más, recostado de lado) debido al overbooking de público presente (cosas del gran número de invitaciones y del gusto español por los acontecimientos gratis). Y luego porque todo lo demás que allí dentro ocurrió fue especial. “Extraterrestre” es “una comedia romántica con ovni de fondo”. Lo dijo Nacho, y no hay mejor definición, así que así queda.

No debí ser el único que percibió aquello. Al final todos estaban como abducidos, absortos. Aplaudían y se abrazaban unos a otros exaltados. No como cuando el viejo fumigador Russell Case salvaba a Estados Unidos y al mundo entero con su F-18 al final de “Independence Day”. No. Era otra cosa. Era porque habían experimentado algo muy bonito: disfrutar juntos riendo de manera libre, de un humor que está ahí para eso, para que te rías, y ya está. De una película que está hecha bien, para ser buena. Con una ambición más terrenal y difícil que la de otras muchas cintas mucho más pretenciosas: únicamente la de “gustar”, porque no tienes por qué casarte con ella.


Ni “Extraterrestre”, ni sus actores, ni su director, ni sus efectos especiales... tendrán que ser “los mejores” en ningún sitio. Ni deberá ganar tampoco premios a la mejor película ni nada de eso. No es lo que pretende. Pero no cabe duda de que todos ellos son irresistibles. Inapelables. En cualquier caso, "Extraterrestre" es una película que pasará a la historia por ser la primera en la que Carlos Areces no enseña el culo. Lo cual para el cántabro, nominado a un Oscar y uno de los talentos más mayúsculos y valorados en medio mundo (o mundo entero), era su mayor reto: no mostrar lo que todos esperaban ver, el trasero universal de Areces. Para tirarse a los pies de Vigalondo y reverenciarle repetidas veces.

Nacho Vigalondo nos regala así esta genial obra de la naturaleza. Bueno, no... de la naturaleza no, de lo extraterrenal. O no sé, de la mezcla de ambos mundos. “Extraterrestre” es un ejercicio tróspido sobre cómo fundamentar el comportamiento absurdo y estúpido de ciertos personajes en un marco impresionante como es el de una invasión alienígena. Un instante de ensueño para miles de aspirantes a héroes, superhéroes y demás “flipaos” de nuestra fauna (véase Carlos, personaje de Raúl Cimas), y también un momento genial para que otros hagan de la mofa un sayo, y reirse del ET de turno que viene a hacernos un viaje interestelar de miles de millones de años luz para tragarse la boina de contaminación del cielo de Madrid. Siempre ha habido clases.

La cosa es que Michelle Jener, Julián Villagrán, Carlos Areces, Raúl Cimas y Miguel Noguera se lucen en lo de mostrarse tal cual son sus personajes, e hilvanan una hilarante historia de amor (siempre amor) a varios frentes. Y nos hacen reír, que es lo que pretende exclusivamente esta película. Todo a la sombra de un gigantesco platillo espacial, testigo mudo de lo que estos locos humanos tienen en la cabeza, si es que tienen algo dentro de ella, claro está. Eso es “Extraterrestre”, sin más. Es fácil de entender.

Aunque lo de decir “extraterrestre” nos llevaría a pensar en ciencia ficción, en grandes despliegues en efectos especiales, en arduos pensamientos metafísicos y extensas reflexiones sobre la existencia del hombre, de Dios, de otras culturas en otros planetas y galaxias lejanas, y del más allá en general. Pensaríamos en Spielberg, en su ET, y en “mi casa, teléfono”. O en Roland Emmerich, su “Independence Day” y sus ganas por cargarse la Tierra. O en los voluptuosos perolos verdes de los marcianos de “Mars Attacks”, que morían al ritmo de Slim Whitman. Y en el misterio, cómo no.


Pero Vigalondo, que es más listo que todos ellos (incluidos los de las galaxias lejanas), se plantaría aquí con su discurso, delante de todos ellos, de esos que buscan respuestas, y con gesto serio, gafas de sol, pantalón corto, y chanclas con calcetines puestos, les diría la mayor de las verdades:
“¿Acaso no somos los humanos más raros que ninguna otra especie, terrestre o extraterrestre?”.
Y los presentes le aplaudirían, como si quisieran romperse las manos a base de dar palmas.

Entonces, el cielo se abriría, y del mismo lugar del que bajaron los dioses griegos del Olimpo, nuestro conocido dios cristiano, el Monstruo del Espagueti Volador, Amón, Ra, y demás familia de deidades, ahora sube él, y accede al cielo, lleno (pero libre) de todos los pecados. Quizá Vigalondo sea un dios menor, pero ya lo decía el anuncio, hay que dejarlo crecer.

viernes, 16 de marzo de 2012

En busca del polvo perdido

(LA MONTAÑA RUSA, Emilio Martínez Lázaro, 2012)

Dice el acerbo popular español que una mujer ha de ser una señora en la calle y una puta en la cama. Pero la experiencia nos dice que si ocurriera que estas dos premisas se invierten, la frágil damisela se convertiría en una señora frígida y un tanto “humedecebraguetas”. La mujer ha de ser la ambrosía del Olimpo, de cuyos fiordos nace la vida. En cambio, si la susodicha se convierte en una persona prólija en la sexualidad, y se desenvuelve en ella libremente, se convierte en una ligera de cascos. Una chica libidinosa, fácil. Como fáciles son los hombres, cuyo centro de gravedad se encuentra a más o menos un metro del suelo (en un altísimo porcentaje, visto así a “ojímetría”).
Pero, ¿y si la dama usa el sexo como una vía para encontrarse a sí misma? ¿Para dar rienda suelta a sus propios deseos y poner a prueba sus anhelos?. Pues pensaríamos que la muchacha vive constantemente en una situación parecida a la de montar en una montaña rusa: ahora arriba, ahora abajo...

Es el problema que tiene Ada (Verónica Sanchez): está buena, y lo sabe. Y por muchas facilidades que tenga para acceder al sexo (porque solo ellas saben cuándo va a haberlo), al final siente el vacío que queda entre sus piernas tras probarlo una y otra vez, sin quedar nunca satisfecha. Sin conocer lo que es la petite-mort. Ya sabemos que el perfume viene siempre en frasco pequeño, pero es que a veces el olor de la fragancia no se queda ni un instante en la pituitaria. 

El estremecimiento interno que alinea los chakras como un catálogo de feng shui de la anatomía, se queda únicamente en un leve tintineo que nos avisa de que el “sms” ha sido recibido. La famosa “montaña rusa” que su madre le prometió como sutil semejanza al noble acto del fornicio, se le queda a Ada en un pobre paseo por el tren de la bruja.


Ada, que busca la plenitud sexual y el amor del de mariposas en la barriga, va a encontrarlo todo de repente gracias a dos viejos amigos de la infancia, que vivieron en su niñez enamorados de ella: Luis (Alberto San Juan), guapo, educado, responsable, hombre de éxito y presentador de televisión, cuya líbido le proporciona un “pene vago” (al igual que el del David de Miguel Ángel, no se corresponde con el resto de sus bondades); y Lorenzo (Ernesto Alterio), payaso en un antro de striptease, con el que derrocha feromonas asesinas frungiendo ahora sí, ahora también, en una espiral de estocadas que no cesan, dejando de lado el resto de la carne del “clown follador”. 
Además, él es el mejor amigo de Luis.

El amor con el sexo como accesorio secundario, frente al sexo como actor primario que eclipsa a todo lo demás. La eterna dicotomía entre lo uno y lo otro. ¿Qué se prefiere? ¿Es primero el amor y después viene el sexo, o es al revés en realidad?. Y si hubiera que escoger, ¿a qué cosa se renunciaría primero?

Para darle vueltas al asunto, Emilio Martínez Lázaro encarga una película llena de momentos tórridos, encuentros sexuales más o menos animales (debe ser el récord del mundo de polvos en una misma película en dos horas), de sexo pulcro, y humor al estilo stand-up comedy.

De lo que no cabe duda es que Ada sigue siendo como una niña: en cuanto se sube a la “montaña rusa”, ya no hay quien la convenza para que deje de montarse. Y de tanto subirse en ella sin parar, acabará por marearse y caminar sin rumbo, sin saber muy bien hacia dónde le llevan sus pasos.

“La montaña rusa” es una divertida fabula sobre el amor platónico, la libertad sexual y la confusión de los sentimientos, donde Emilio Martínez Lázaro nos enseña, en el idioma del hombre y en el de la mujer (gracias a la coguionista Daniela Féjerman, contrapeso en esta balanza), que se puede hacer una comedia sin farsa, con fórmulas anglosajonas distintas a las ibéricas ya tan manidas, sobre temas universales, poniendo la verdad por delante. 
Una historia que nos llevará a girar la cabeza a un lado, mirar a nuestra chica (o chico) a hurtadillas, enarcar levemente una ceja mientras le sonríes, y retiras lentamente el brazo con el que la rodeas, para bajar la cabeza y terminar mirando un rato hacia tu ombligo. Una comedia en la que lo que importa es “ser verdadero” hasta el final, y reirte con situaciones hilarantes pero no por ello menos reales.


En cualquier caso, no deja de ser una reeedición de la misma historia que el director suele contarnos cada cierto tiempo (véanse “todos los lados de la cama”), con un trío protagonista muy correcto, en el que encontrar nuestra identificación (una cándida Verónica Sánchez que pierde su inocencia, y unos San Juan y Alterio que se conocen ya de memoria), además de un inconmensurable y testimonial Luis Bermejo, y un músico pasado a la acción, Ara Malikian, que suma a la historia y le da un punto musical trascendente, lo cual es siempre una victoria.

En definitiva, “La montaña rusa” no es un orgasmo o la petit-mort que tanto anhela Ada. Tampoco es una lección maestra de Ananga Ranga, o de cómo hacer bien el sexo oral. No es un revolcón de una noche ni un “aquí te pillo, aquí te mato”. Pero tampoco un gatillazo ni un “coitus interruptus”. 
Es más bien un coito de sábado noche, nada excepcional. O más, uno mañanero de fin de semana. Descansado, sin preocupaciones, de los que disfrutas tú y tu pareja de principio a fin, sin pensar en que tienes que ir a trabajar o en eso de que “ya te llamará”. Con su previa y su prolongable valle posterior. Lucido y sin pecado, pero siempre bueno. Porque el sexo (como el cine) es vida.

viernes, 9 de marzo de 2012

MENTIRAS Y GORDAS

(THE IDES OF MARCH, George Clooney, 2011)

Esta no va a ser una película de éxito. No va a resultar una de esas pesadas experiencias en las que esperas con gran interés acudir a una sala de cine para ver una película, y te toca escuchar la robótica voz metálica del otro lado de la taquilla diciéndote que la sala “está llena”. Esta vez no.

Ir a ver “Los Idus de Marzo” supone un ejercicio previo de elección y de aceptación: vas a ver una película sobre política. Y hoy en día, lo cierto es que nadie quiere verle la cara a un político, y menos aún si encima tiene que pagar para hacerlo. Así que nada, fila centrada, sin 3D y sin niños petardos.

George Clooney, célebre responsable de esta cinta nominada al Oscar al mejor guión adaptado y que contó además con otras cuatro candidaturas para los Globos de Oro, se hace cargo de una historia por la que podrá aspirar a ser reconocido por su magnífico trabajo, que realmente lo es, pero no se llevará en ningún caso públicos simpáticos y alegres por aquello que habrán visto.




“Los Idus de Marzo” es una disección muy profunda y acertada del sistema político actual, de la sangre y la bilis que corre por Estados Unidos y por el resto del mundo. Desde el sudor que se segrega por los poros de la sociedad, hasta los jugos gástricos y los fluidos de las entrañas del poder político. Mayormente, el de su sistema excretor (tan funcional como asqueroso).

Ryan Gosling es Stephen, mano derecha de Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), director de campaña del candidato demócrata Mike Morris, papel interpretado por Clooney en el film, en las primarias del Partido Demócrata. Joven, apuesto, inteligente y hábil estratega, este perfecto asesor cree de manera incondicional en su jefe. Ingenuo y seducido por una becaria (como no podía ser de otra manera hablando de política estadounidense), irá pudriéndose en la transformación que todo político debe pasar cuando llega a un cierto nivel: la pérdida de sus propios principios y sus valores.

La mano de George Clooney tras la cámara se nota en un mundo en el que suele haber pocas luces, demasiados destellos, algún cañón de luz, y muchas, muchas sombras. Así lo muestra formalmente, como en la memorable secuencia a contraluz con Hoffman y Gosling discutiendo tras la gigante y gloriosa enseña de barras y estrellas en el backstage de un mitin. La “cara B” del discurso político que es pan nuestro de cada día. La que no nos enseñan, la que ahora más que nunca queremos ver.




La cinta se sostiene con una acertadísima elección de reparto, encabezado por un intenso y central Ryan Gosling, siempre bien en todas sus ligeras mutaciones de matices, un Clooney que no se perturba al dar un paso atrás en la escena, con un personaje enmascarado tras la figura de un “bonito de cara”, y los dos pilares maestros a cada lado de la historia, los siempre grandes Philip Seymour Hoffman y Paul Giamatti, como jefes de campaña de los dos candidatos demócratas aspirantes a ganar la carrera hacia la Casa Blanca en las elecciones primarias del Partido Demócrata.

De la delicadeza de Clooney en la dirección se sacan muy buenas conclusiones, como el tratamiento de temas claves como el aborto o el suicidio, y la sutileza con la que los incluye en el film. Aspectos por los cuales uno pudiera sentirse perdido en la narración, pero que el director los utiliza como artimaña para hacer patente su elegancia en la crítica, pero no por ello deja de ser menos profunda y certera. Una demostración de que se pueden decir muchas cosas sin necesidad de alzar el tono de voz. Que uno puede mojarse sin peligro de exponerse a coger una pulmonía al quedarse al aire.

“Los Idus de Marzo” es una película donde en verdad no hay personajes “buenos”, cosa que suele ser habitual en el plantel de nuestra realidad política. Se trata de un alegato político a la sociedad; y un alegato social a lo político. Porque quizá lo mejor que debería hacer un político cuando no sabe qué tiene que hacer (y no tiene a nadie cerca para que se lo diga), sería no hacer nada. Pura lógica.
Pero no, ellos son políticos... así que hay que aceptarlos tal y como son. De profesión: mentirosos. Deformación profesional que se llama (nunca mejor dicho en esta ocasión).




Es en los valores que se muestran, y en la ausencia de ellos, donde está el mensaje de esta historia.
Da igual quién gane al final estas elecciones, ni quién es el otro candidato rival. Ni cómo serán los republicanos a los que deberían disputar las presidenciales. Ni siquiera es importante si nos interesa un mínimo la política de los Estados Unidos. Lo único que te importa es ir esperando a ver la caída en el fango de todos y cada uno de ellos (incluído el cuarto poder: la prensa, que también caerá). Sabes que todo esto va a ocurrir, tarde o temprano. Al igual que sabes que un mago esconde sus trucos, también esperas que estos políticos te acaben traicionando y dejándose ver a la luz de la realidad.

Lo resume perfectamente la afirmación de Frank Sinatra en el final de “Angel eyes”, que Clooney cuela en al final de una de las secuencias clave de la cinta. La frase con la que se van los ingratos, la que nos deja la definición de su existencia. La única que tenemos que recordar cuando nos encontremos con un político. Detrás de sus palabras, de su buen traje y su sonrisa, sonará de fondo sobre sus pisadas aquello de “Excuse me while I disappear ...” Y no nos habremos equivocado.