miércoles, 7 de diciembre de 2011

Elvis ha salido del edificio


Y llegan los flashes de los fotógrafos, los empujones de los cámaras. Los periodistas agitan sus brazos como ramas de otoño en busca de la ruptura total o parcial del silencio de la estrella. Los gritos son ensordecedores.
Aquí y allá: “una foto por favor, míranos, aquí, a este lado!!”, “¿qué opinas de esas últimas fotografías?”, ¿estás trabajando en algo nuevo?”, “Te quieroooo!!!”…


La locura de la gente al otro lado se manifiesta de una forma parecida. Parece que el pasillo que forman entre ellos los dos grupos de exaltados es arrasado por un huracán, por una ola que nos salpica a todos irremediablemente.

El auto al final de la ensenada es el castillo inexpugnable. El esperado hogar. “Home, sweet home”.

La magia del momento, aunque no se ve, se distingue entre la brisa del movimiento sensacional. El pelo se vuela, la yema de los dedos se enrojece ligeramente y el corazón, sumiso, se lanza a patear nuestras costillas como también nosotros pateamos a los que nos ofenden. Los ojos de la masa son solo uno. O dos. Mis ojos no se encuentran con nigunos otros, y es solo si SUS ojos se encuentran con los de alguien, cuando se produce el acto. La magia ha penetrado.

Y un instante después, solo unas décimas de segundo, cuando ya ha pasado el momento, se siente el frío que deja una despedida. 

Y una burbuja se apodera de nosotros.

Zarandeada por nuestro pensamiento.

Ya nada volverá a ser igual que antes…

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La nube de fotografos ya se ha ido; la gente es un poquito más feliz.

La estrella se ha marchado tan rápido como vino, o quizá más. Pero al resto le da igual.

Yo sigo observando, en el mismo sitio, con mi americana puesta y las manos metidas en los bolsillos del pantalón. La magia pasó. Como pasa en un western la gran boluta del desierto. La puedes seguir, hasta que se pierde en la marea del humo oscuro y sucio de la ciudad.

Pero ahí no nos quedamos nosotros. No morimos ahí.
Las estrellas existen. Y van mucho más allá de la carne y el hueso. Somos cazadores de estrellas (y quién no entienda el concepto quizá deba buscar la catarsis que le lleve a saber por qué está aquí).



No sé si esto forma parte de mi trabajo. Pero mola.
Quizá ese será nuestro lugar, el del espectador omnisciente, o al menos el de espectador.

Yo aún así, sigo buscando el camino que me lleve a ese lugar. El de la estrella.
La estela.

Porque soy estrella.
Como tú.







viernes, 2 de diciembre de 2011

Trébole

Hoy me he levantado flamenco. 
Hacía ya tiempo que no me pasaba por aquí, a dibujar una sonrisa con los carriles que quedan entre las palabras que se precipitan al yermo y árido espacio vacío. Si acaso se venía uno a pulsar teclas con dedos plomizos, cayendo las palabras como un chirimiri de abril de lágrimas de lluvia, que chispean y calan hasta los huesos, mojándote hasta en lo más profundo.

Pero ahora, mis ojos verdes de amianto se encienden con chispas que a diario saltan desde el pecho, al mismo tiempo que de las sonrisas. Vamos, que ahora que ya te has levantado, te has sacudido de los pantalones el polvo que quedó incrustado tras la caída, te has recolocado la chaqueta y te has abrochado el primer botón de la misma, miras hacia adelante decidido. 

Y así, abriendo los brazos en cruz con las palmas de las manos hacia arriba, como queriendo retener y sujetar todo el peso de las nubes sobre los hombros, un cosquilleo en la nuca te hace sentir placer y te lleva la cabeza para atrás, para hacer caer tus párpados ante la mirada firme del cielo que se enfrenta a uno, y sentirse así más fuerte. 
Impulsado para que tus ojos sean los faros de luz halógena que acaben con la oscuridad de cualquier sitio al que te acerques.

Ahora que ya no dudas de tus dudas, y que has dejado de esperar el paso de un nuevo tren, notas que el mundo late bajo los pies, y has conseguido el éxito que necesitabas, dejar marcados los tacos en la tierra, y hacer que tus pasos formen parte del camino.



Y así voy yo ahora, moviéndome entre "siempre" y "jamás", y lo que quiera que haya entre medio de los dos. 

Repensando el futuro, y viviéndolo desde el presente. Como si pasaras los ojos por el recorrido de tu vida, mirando hacia atrás las fotos que han guardado tus instantes (la captación de tus sonrisas y su colección de grandes éxitos), y de repente un efecto evaporase poco a poco la figura de aquellos que reaccionaban contigo, apostados al otro lado de la imagen. Para jugar contigo a aquello del "¿qué será?".
Pero no me importa. Siempre me gustó el desequilibrio en las fotos.






Y así, caminando sigo de esta guisa. Con un bigote de lápiz sobre los labios y un traje de franela gris, mirando a los ojos de Marieta, la Audrey Hepburn que parió el Estado cañí, sonriéndola entusiasmado, porque graciosa le canta ella a un trébole, al que dice que quien sea "el que te encuentre, sabrá vivir feliz".