sábado, 14 de abril de 2012

11 de abril del 90

Otra vez esa extraña sensación. Laura Pausini en el ambiente. Siempre ella. La mierda de comida, cocinada por manos inexpertas, recorriendo mi esófago en rompan filas. Yéndose diractamente a la mierda. Hoy me caen mal esas manos. Insípidas.

No sé adónde miro. Hacia adentro, creo. No sé si veo algo. Da igual. Me mancho las manos de forma invisible de sangre inocua. Pero la huelo. Huele a sangre. Huele a sangre en el restaurante. Huele a sangre en el centro comercial. Huele a sangre en el centro del universo. De mi universo.

Hoy no me he levantado dando un salto mortal. Y el par de huevos que echaron en la sartén quedaron con la yema cocida. 
Impotente, me he quedado con el trozo de pan, seco, en la mano, cuando he querido mojar en ellos. Él nunca falla. Bendito pan.

Hoy la paleta es gris. Los colores se tiñen de gris. Gris magenta, gris marengo, gris anaranjado. Negrooscurocasigris. 
Siempre mola trabajar en escala de grises. Como aseguran los profesionales de la imagen, el blanco y negro en las fotos dota de “cruda realidad” a las imágenes. Hoy todas las fotografías llevan ese filtro.

No me gusta vivir de prestado. No permanecer. No tener huellas. Y sin embargo, vivo de alquiler renegando del origen de mi casa, y de mi domicilio actual, de prestado, que también llamé “mi casa”. Pero eso hago. Soy un tipo de prestado. Asín semos, asín semos
Como un grafitti que sueña con ser un Bansky, pero que cualquier alcalde hijo de puta limpiará a manos de un señor cualquiera con traje de luces reflectantes.

Hoy tengo sueño. Casi tanto como sueños tengo. Y a mi alrededor hay trenes, trenes que vienen y van. Pero da igual. Mi situación es de prestado. No importa. Pero miento, sí me importa. Pero ¿qué hacer?. Siempre he “creído” mucho más de lo que he “sabido" en realidad. Hoy creía que sabía, pero no ha sido así. Tampoco era cierto aquello que creía que sí lo era.

Apoyado en la puerta del metro siento de repente el abismo a mi espalda, y voy cayendo hacia atrás, sin quererlo. Sin darme cuenta. Sin que nadie me tienda su brazo. La puerta sobre la que me recuesto se ha abierto, y estoy a punto de caerme al suelo. Nadie entra ni sale del vagón. Al menos no por mi puerta. Nadie pulsó botón alguno. Pero da igual.
Hoy los besos me siguen doliendo. Y ya se sabe, las imprudencias se pagan, cada vez más. Y yo no debo ser muy prudente. Otra vez.

Otra vez estoy a punto de besar el suelo con la nuca. ¡Puta puerta!. Y esta mierda de Blackberry escribe de tal manera que parece que has puesto los cojones sobre el teclado para ver qué es lo que sale.

Hoy estas manos me caen mal. Y aquí en el metro huele a sangre. Pero no se ve. 

Sentarme en el metro ha sido el último regalo del día. Y son las 4 de la tarde. Quiero hacer regalos, pero no puedo.
Soy atento, y esa chica me mira. ¿Y qué?. “Deja de mirarme, furcia cabrona. Follar es el regalo menos sexual que podría hacerte, calentorra”. La guapa morena me mira, sonríe y sale del metro. Sin escuchar ninguna palabra de mi discurso macarra. Feliz. Como si nada hubiera pasado. Fuera del plano. Hoy sus ojos me caen mal. Y me doy cuenta de que estoy al 25% de alegría. Quizá. Más menos. Y de batería estoy aún peor. Aún así, reconozco que dispararme en el pie sería una gran idea para salpicar lo menos posible.

Hoy creía en muchas cosas, aunque no las sabía. Creo que intuir nunca ha sido lo mío.
Pero hoy olía a sangre, seguro.

Hoy he vuelto a temblar como hacía tiempo que no lo sentía. Aquel duro invierno de 12 meses. Pero hoy me han salido las palabras. Quizá porque el pilotito rojo de la cámara situada enfrente de mí estaba encendido. Y yo tengo que ser bueno. 
Por algo soy el guionista: porque yo soy el guión.
Y conmigo hago lo que quiero. Pero tengo miedo.

Siempre me ha gustado escribir a cuatro manos, y ahora me salía muy bien. Mejor que nunca. Pero no iba a pelearme por una Verdana o por una Times. Mi cuerpo es de 5 pelao. Cursi, sub, rayado. Un palabro que se sale del sitio y no se ve porque tiene un tamaño que no entra en su caja de texto.

Hoy me he hecho viejo sin quererlo. Y viudos como yo ya no quedan. Estoy... no sé. Esperando fríamente a que llegue el día, ese día, y ésta me lleve. A alguna parte. No sé, me da igual. Morir no debe ser tan malo, sobre todo si eres tú mismo el instigador de tu propio asesinato ficticio. Tendrá atenuante, digo yo. Pero no, no es ese mi plan.

Hoy olía a sangre. Y desde entonces solo he sabido que la Coca Cola no era compañía. No es para brindar. 
Y el dinero son las cicatrices del alma.

Hoy nada me caía mal en realidad. Y sinceramente, no lo hace. Pero hoy creía saber demasiado, y me he dado cuenta de que no sé nada. Quiero hacerlo, pero no soy capaz. No me resulta. Soy merecedor de algo que ni yo reconozco. Soy ganador de prestado. Y lo que quiero en realidad es subir a lo más alto del podium, una vez, y que suene mi himno. Y llevarme la mano al pecho, emocionado, al corazón, y que éste lata más fuerte que los mil decibelios de los gritos de agrado de los que aplaudieron. Y cerrar los ojos, mirar abajo, y ver a los que me han levantado. Y que la vida, en verdad, sea un espejo. Me gustaría firmar un contrato por eso. Y tener el poder de ver ese momento.

Hoy los besos de los figurantes de la estación más grande del mundo pesaban como actores principales, desde su pequeñez.
Eran los Oscar a la mejor interpretación masculina, femenina, y de reparto, de ambos. El mejor guión original. 
Yo era el Oscar al mejor guión adaptado.
Dolían...
Como duele follar con las luces completamente apagadas.

Pero hoy olía a sangre. Y follar me caía mal.

Hoy me he descrito trazando mis líneas maestras. Mostrando cuál es mi verdadero contorno de tiza. El que yo quiero que dibujen en el asfalto esas manos de policía forense con gusto por los prerafaelistas. El reborde de una pieza de puzzle que encaja todo lo que seas capaz de apretar para que entre en ese lugar, aunque sepas que ese sitio no le corresponde. Soy el que cuando le pisan, no grita, pero canta flamenco hacia adentro aunque no le oigas. El que, pese a todo, pese a todos, permanece en su sitio.

Hoy no he visto la sangre, pero la he olido.
Nada más me basta. Ya sé que está ahí. Pero a veces me gusta algo más.

Quiero irme y no puedo. Desaparecer. Desaparecer y aparecer en otro sitio, yo qué sé... como en un sueño. 
No saber de dónde he llegado, ni por qué. Pero no me dejan.

Hoy tenía hambre porque tenía sueño. Melancolía de la cama. El lugar en el que a veces gano, y dos chicas a mi lado me besan mientras me colocan el maillot amarillo. Donde nací y donde nazco todos los días. 
El lugar del que quiero huír necesariamente.

A veces no la veo, pero es inevitable olerla.
A veces es la alegría la que da más miedo.
A veces “querer” no te permite “poder”.
Y es cuando te acuerdas de esto, cuando la hemorragia se abre camino.

“¡No más sangre!”, podría llegar a pedir, pero no puede ser de otra manera. 
Lo siento por todo, por todos, pero cuando creo que me voy a poner a sangrar solo se me ocurren epitafios.

Ahora, desde casa, agazapado, me vuelvo a reiniciar.
El mundo sigue, el tiempo continúa, y la vida, desgraciadamente, no es un autobús del que te puedas bajar para ir un rato caminando. 
Y yo tengo miedo a sangrar y no llevar pañuelo.
Y a seguir haciendo autostop.